Palacio de los Deportes
de Madrid
Cuando cierran la puerta,
crece en ella la extraña sensación de que cientos de cámaras la están grabando.
Que su imagen, caminando a tientas en una habitación sin muebles, es
perfectamente visible para cientos, miles, decenas de miles de personas que no le
quitan ojo. Se inquieta pero no pierde los papeles. Entonces las luces frías de
la estancia titilan, tiemblan, se estremecen y así ella consigue ver la celda
en la que está. Encerrada, sólo encuentra una explicación a no poder compartir su voz con
el mundo exterior. Demasiados aciertos en la ruleta. Cuando no hay errores
crece la desconfianza. Demasiado talento para el mundo real.
Cambio de escuela
Estaba absolutamente feliz.
Volteaba a buscarnos entre la multitud para asegurarse de que estuviéramos
viendo que lo había logrado. Había terminado preprimaria.
Mi buena suerte
No siempre
se tiene suerte y hay periodos en los que la suerte está, literalmente, al otro
lado de la ciudad. Y uno es como aquellas casas destruidas y abandonadas en
medio de la calle, ante las que solo queda preguntarse: ¿Qué
ciego rayo de la fortuna vino a caer sobre los habitantes de esta casa?,
y alejarse en seguida.
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